viernes, 5 de junio de 2009

En el cielo

El sol recogía sus últimas luces cuando el sonido del viejo motor del Datsun 1979 anunció el regreso de Moisés.
- ¡Puta! ¡Al fin, cabrón! escupió Oliverio, al tiempo que se levantaba de la mesa y dejaba a medias el recital de tamborileo de dedos que había iniciado algunos minutos atrás.

La puerta no opuso resistencia alguna y le concedió el paso al recién llegado. Moisés fue recibido por una escolta particular de tres personas que, después de los respectivos saludos oficiales, procedieron a acompañarlo a la cocina.

Matos fue el único que permaneció en su asiento, hipnotizado por la brillante pantalla de televisión. Bebía de su cerveza y fumaba un cigarrillo, alternadamente. El traslado de Moisés y su comitiva interrumpieron aquél trance, provocando un parpadeo que lo trajo de vuelta al mundo de los vivos. - ¿Fuiste a comprarla o a sembrarla? - exclamó. La corte pasó sin embargo, haciendo caso omiso, y el juego absorbió nuevamente la mirada de Matos.


Ya en la cocina, transformada provisionalmente en sala de interrogaciones, Manuel, Palomo y Oliverio comenzaron con los cuestionamientos pertinentes:

-¿Qué pedo, sí conseguiste esa madre?

-A huevo, si les dije que era seguro.

-¿Cuánto compraste?

- Cincuenta varos. Al tiempo que decía esto colocó una bola arrugada de papel periódico de mayor tamaño que un puño sobre la mesa.

- ¡Maá! y ¿está buena?

-Pues claro que está buena, si no ¿pa´qué chingados compro tanta?

-¡Eres mi ídolo, pinche Moy!

-Pues dejen de hacer tanta condenada pregunta y traigan las sabanitas.

Manuel y Palomo salieron dando tropezones aquí y allá, pero al par de minutos estaban de vuelta ya, sin mayor contratiempo. Oliverio, parado junto a Moisés, mantenía la vista fija en las manos de este, emulando la imagen/cliché del apostador callejero tratando de ganar un poco de dinero al adivinar donde quedó la bolita.


- Nunca he aprendido a arrullar al chamaco, me queda como pito flácido después de una buena puñeta, a ver si esta vez le cacho el truco - explicó, como si un compañero invisible le hubiese pedido razón. Cuando Moisés le aplicaba los toques finales a "una de sus más finas creaciones", según sus propias palabras, una bocanada de humo anunció la inminente llegada de alguien proveniente de la sala.

-¿Qué verga hacen, niñas? - La cabeza de Matos ocupó el espacio vacío entre los hombros de Moisés y los de Oliverio. ¿Qué es esa madre? ¿Un pinche Raid? ¿Por qué tan pequeño? ni que te lo fueses a meter por el culo. ¡Quiten, quiten! denle espacio al maestro - dijo, mientras manoteaba al aire y conseguía apoderarse del sitio. Sus manos comenzaron a trabajar lenta pero firmemente, demostrando sin palabra alguna que, efectivamente, era el de mayor experiencia en aquella labor.

Resignados los demás regresaron a la sala, tomando los lugares que tenían inicialmente cuando llegaron un par de horas atrás.
-Pásame una chela- le dijo Palomo a Manuel, indicándole la posición de la nevera, como si este último no tuviese conocimiento de dónde estaban.

-¿Y cómo va el juego? soltó Moisés.

-Cero-cero, respondió uno de ellos.

Con una cara plana, Moisés habló una vez más: Ya sé que cero-cero, puedo ver el marcador, pendejo. Lo que quiero saber es ¿qué tal está?

-Ah... no hay pa´ dónde, como buenos italianos: malos para meter goles. Yo creo que el primero que anote se lleva la copa.

Con exactitud matemática Matos entró a la sala al concluir aquella frase. En su boca descansaba levemente un cigarrillo superdesarrollado, como si por años hubiese abusado de los esteroides.

- ¡A la mierda! esa pendejada es un puto habano, ¡no mames! –casi gritó Moisés, con una cara a la mitad entre la sorpresa y el susto.

-No me salgan maricones y hagan un círculo, mis pequeños saltamontes. Y vayan sacando de una vez el fueguito del amor que esta madre es en caliente... ten Palomo, te cedo el honor, para que veas que no soy culero. Luego dicen que yo me llevo todo lo bueno.

-Como la hermana del Manuelas -
dijo Oliverio tapando parcialmente la boca con la mano y fingiendo la voz.

-¡Chinga tu madre, puto! respondió desafiante Manuel y la risa se soltó al unísono. También este terminó por reir.

Palomo tomó el cigarro y lo encendió Sabía como hacerlo. Sabía como fumarlo, pero la verdad era que, nunca en su vida lo había hecho realmente. Una serie de excelentes relatos inventados velaban su mentira. Cómicos y serios. Como aquella ocasión en la que su madre lo encontró fumando en su habitación, y tuvo que explicar varias veces que aquél olor extraño era incienso exótico, regalo de un amigo que viaja por todas partes de la república -Lo bueno es que mi jefa es inocente y no sabe de eso, que si hubiese estado el viejo... mejor ni pensar - acostumbra a decir en cada reunión.
¿Por qué mentía al respecto? ni él lo sabía bien. Nadie nunca lo presionaba, realmente. Sin embargo, ya estaba ahí y no podía echarse para atrás. Cuestión de honor: mantener la palabra (y la mentira).

Le sobrevino un ataque de tos. Los demás rieron moderadamente.

-¡Chale! pareces nuevo, Palomino. Dijo una voz, que pudo ser cualquiera.

En sentido inverso a las manecillas del reloj el cigarro fue pasando de mano en mano, hasta regresar al punto de partida.

-Dale Paloshit, que el primero es para abrir brecha; ya los demás te caen flojitos, flojitos.

Esta vez Palomo jaló con toda su capacidad pulmonar, cómo si su vida dependiese de ello, como si fuera la última bocanada de aire antes de sumergirse en el agua por tiempo indefinido.
La risa de los otros fue más bien histérica esta vez.

-¡Trancas! Son rondas de a cinco, no de a uno, buey. Ya te fumaste la parte de todos.


Un entumecimiento le llegó de pronto.

- Oye "motas"... si está pesada esta madre. Alcanzó a decir Palomo, antes de comenzar a toser nuevamente.

La confusión con el nombre no les dejó prestar atención. ¡El motas!, repetían y señalaban. Aquél accidental apodo seguiría a Matos el resto de su vida, con el pasar de los años sufriría constantemente de modificaciones hasta terminar siendo Don Motas. Aunque muy pocos recordarían el porqué.

La tercera y cuarta ronda pasaron en relativo silencio. Entonces, antes de que el cigarro cayera de nueva cuenta en sus manos, Palomo se puso de pie.
Aparentemente ninguno de ellos había notado el cambio gradual que con cada serie Palomo sufría. Estaba extremadamente pálido. Parado ahí, con los ojos perdidos, y entrecerrados como animal enfermo soltó sin destinatario particular:

Tengo-ganas-de-vomitar.


Las carcajadas hicieron acto de presencia.

-Pues ve al baño, no me vayas a desmadrar la sala. ¡Pero te aviso que ya te pasamos el turno y estás penalizado! Le dijo Matos mientras lo veía avanzar.

Mecánicamente, Palomo se dirigió hacia el baño cuando, justo a la mitad del camino se detuvo, trastabillo, intentó dar un paso que nunca llegó a ser y finalmente, se desplomó, arqueándose sobre su abdomen.
Segundos más tarde ya se encontraba rodeado por los demás.

-¡Palomo, Palomo!!Responde cabrón!
le pedía Oliverio, casi rogado.

-Ahí déjenlo. Dijo el Matos levantándose luego de pegar el oído contra el pecho de Palomo.

-No chingues, Matos ¿y si se muere? preguntó Manuel, nervioso.

Qué madre se va a morir. - pronunció con una sonrisa- Lo que si te puedo asegurar es que ahorita va volando derechito al cielo.




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