Hay días en que la vida apesta. Sin presunciones poéticas de cantina, ni pinceladas románticas superfluas. Simple y llanamente apesta. Ocasiones en que la vida duele y sus ganas de joderte se adhieren cómo ventosas, aunque el papel diga que es un arreglo ecuánime. Y la sensación de ser y pertenecer se diluye, o al menos, se nubla. Embozado a la mitad de todo y de nada, en un extraño limbo.
Y después de todo este tiempo, la medicina sigue siendo la misma...
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